الباحث الناقد أحمد امغارة يقرأ العمل السردي للدكتور عبد الواحد الطريس
El amor posee sus propios desvanes, desvaríos que lo trasladan a edenes no siempre tan perfumados. Es un camino que lleva a lo alto de una montaña con un acantilado por senda.
El amor es generoso cuando se traslada a lo cotidiano, pero daña, al convertirse en ausencias disecadas, nunca deseadas.
“Amar en tiempos de plomo” es un relato de un amor en tiempos convulsos, amor compartido consigo mismo y con los sueños que hacían de su dulzura néctar del amargor. Amor en aquella prodigiosa década de los sesenta en la que la ilusión y la esperanza de quienes crecimos en el nicho de esa generación se dejaban brotar en la vida social con silencios y miedos en la piel.
Amar en Tetuán, con el silencio debido y con la transparencia de las miradas, era como un relicario hecho de jazmines. Cada mirada trasladaba a edenes lejanos, a caricias nunca dadas. El amor poseía ese don Divino de la sencillez y la nobleza del alma. Amar en Tetuán en esa época era poder construir castillos de naipes sobre el algodón de las nubes aunque nunca llegaba a pasar nada. Cuantas ramas de árboles secos fueron testigos de encuentros y promesas nunca selladas.
Amar, con todo lo que podía rodear a esa generación, era tener la fuerza que el hierro no poseía, tener en las venas el fuego que ni en la fragua había. Amor no requería pedir penitencia, se amaba porque el querer así lo dictaba y era reavivar cariños escritos entre líneas de plata y de espuma enojada.
Manila. Cuantas esperas con fervor junto a su firmamento, haciendo saltar las manecillas del reloj en espera de esa “entraña” con la que había que cruzar esa mirada ansiada, volatilizada sobre los pétalos de una boca ansiada. Espera de una rosa cubierta de blanquiazul y alma de almidón cuyos andares acababan desapareciendo entre la maleza humana.
Válgale Dios, a quien se atrevía a enamorarse en aquella Tetuán; atreverse a embarcar en la mar de unos ojos negros con su túnica de albahaca andalusí, y desear amarrarse al destino de unas trenzas que ignoraban su propio destino. Se solía padecer más pena que la de cualquier penal en esos amores y en su panal.
Amor a primera vista que invitaba a buscarse todas las maneras para el reencuentro, aunque fugaz e inocente; reencuentro del que tan solo se quedaba la sombra del trueno y de la oscurecida tarde tras pretextos para reencontrarse con la alondra del jardín más prohibido y con la melena del ser cuya sonrisa consolaba el revuelo de los latidos del corazón.
Madame Bovary, Simone de Beauvoir, Sartre, Balzak… pretextos para grabar las pestañas de la ninfa amada en las cicatrices de los años, en los grises cementos oxidados por los llantos de mentes en vuelo. Nombres que se confunden con las miras ilusas y las iras confusas de reclusos con pasión.
Difícil tiene que ser el alardear de amar cuando se sufre el cautiverio mudo de las eras y no poder deshojar la flor que de su jardín no se llega a cultivar. Pero el amor no posee más patria que una oquedad en el corazón, aquí o allá, es lo de menos, pero hay que serle fiel al amor y al ser amado aunque se encandile el dolor de las cicatrices.
Ahmed Mgara